Poco a poco la habitación se iba cubriendo de aquellas ondas grisáceas que exhalaban y subían hacia el techo mientras el mundo enmudecía.
Eran dos almas, dos cuerpos, dos personas uniéndose, y aquél cigarro agonizante en un cenicero. Muriendo paulatinamente mientras ellos vivían.
Y es tan placentero dejarse llevar...
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